INVITAR PARA INSULTAR
En la reciente apertura de las sesiones legislativas, el presidente puso de manifiesto toda su personalidad en forma patente y manifiesta al abdicar del mínimo gesto de cortesia y educación respecto a sus invitados.
En forma tardía y sobre la misma fecha del evento, cursaron las notificaciones para asistir a los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, quienes ponderaron en posturas divididas la conveniencia y necesidad de estar presentes por una cuestión de índole institucional y representación del Poder Judicial y los magistrados.
El orador, haciendo gala de su posición distinguida, acometió a los gritos y de manera insultante contra los jueces.
No pudo consigo mismo en sus afanes halagadores hacia la mentora y expuso en forma agresiva y sostenida lo que ella quería escuchar.
El conflicto se ventila en la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados, pero no conforme con ello Alberto acomete el linchamiento público de los jueces, quienes yacen indefensos e incrédulos ante el paneo incesante de la televisión pública.
A voz alzada, con el verbo inflamado la emprende contra sus invitados sin posibilidades de réplica o defensa alguna.
Cobarde actitud que se enmarca en la posición dominante y distinguida del disertante que acecha y castiga de manera impune, artera a sus visitantes.
El agravio personal y directo en forma pública habla más de quién lo profiere que del ofendido.
Escudarse en el monopolio de la palabra es un abuso del anfitrión que se aprovecha del escenario y las circunstancias favorables para amedrentar con el escarnio a sus circunstanciales oponentes.
Es un abuso del poder, una canallada grotesca y grosera que en forma vulgar y artera se aprovecha del obligado silencio y la indefensión que gana a los afectados.
Con la portación del dedo acusador y admonitorio, emblema sublime que lo acompaña siempre en la tribuna y el discurso, apunta al universo de los atacados a la par que dispara sus sentencias agraviantes y descalificatorias.
Nunca olvida los modales alguién que no los tiene.
Para conocer a una persona basta con darle poder.
El estilo y la caballerosidad no son de recibo en el mundo presidencial.