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TODOS DESCONTENTOS

TODOS DESCONTENTOS

            El fallo reciente que condena a dos años de prisión en suspenso, por homicidio en exceso del cumplimiento del deber, al policía Luis Chocobar, devuelve la polémica en torno a la actuación de las fuerzas de seguridad en la represión de los delincuentes.

            Los hechos del caso fueron que el turista de los Estados Unidos de América (EEUU) Frank Wolek fue acuchillado en Buenos Aires, con motivo del intento de robo de su cámara de fotos y fue asistido en el lugar por vecinos y el policía que se hallaba fuera de servicio.

            Sufrió diez (10) puñaladas, por dos ladrones ocasionales, y salvó su vida de milagro por la dedicación y extrema pericia médica de un cirujano del Hospital Cosme Argerich, sitio al que fue derivado en forma urgente para su atención.

            El agente Luis Chocobar, policía fuera de servicio y transeunte de civil, luego de cursar la voz de alto y realizar disparos al aire, persiguió al agresor, quién cayó abatido por dos de los impactos de bala efectuados en la persecución.

            El restante agresor fue reducido en el lugar, pero la acometida contra el fugado culminó con su abatimiento y muerte.

            El proceso judicial comprobó la existencia de siete disparos del arma oficial. Tres fueron al aire, dos en propiedades privadas y dos encontraron impactos mortales en el cuerpo del perseguido.

            El entonces presidente, Mauricio Macri, recibió al policía en su despacho y a tenor de sus declaraciones, dando cuenta: “…del orgullo del policía al servicio de la ciudadanía…”.

            En el proceso, el Ministerio Público Fiscal pidió la condena de 3 años de prisión en suspenso y la querella, legitimada por la madre del fallecido, Ivonne Kukoc, prisión perpetua.

La defensa, obviamente, la absolución de culpas y cargos.

            El restante delincuente, no identificado por su condición de menor, fue condenado a 9 años de prisión.

            La víctima que recibió 10 puñaladas siempre estuvo presente y cerró el proceso con una intervención personal en video conferencia, solicitando la absolución del policía que había, a su juicio, cumplido con el deber.

            La condena, menor incluso al requerimiento fiscal, acredita la actuación irregular del policía, sin perjuicio que alivia su situación al formular una pena en suspenso y evitar su reclusión en prisión. 

            No ha tenido ningún eco la defensa irrestricta ensayada por la víctima a la actuación policial, caída en desgracia.

            Apuñalado diez veces por una agresión incomprensible, desproporcionada, salvaje, salvando la vida de milagro por una intervención médica notable, gracia del destino, u ocasional intervención divina, no pudo articular un argumento válido para la absolución pregonada y pretendida hacia su salvador.

            Los vecinos y el policía concurrieron en defensa del desprevenido e inocente turista, sobre el cual se descarga la furia salvaje del desborde y la incomprensión del valor de la vida del semejante.

            Los extremos no aparecen satisfechos. Ni la absolución, ni tampoco un caso de gatillo fácil, proclamado por la querella.

            La pena resulta aplicada por los disparos en la espalda, fruto de la corrida furtiva y el esmero notable del obrar policial, para concretar la detención del delincuente despavorido.

            Falta de instrucciones precisas y certeras para resolver la persecución del delincuente que abandona el lugar del ilícito y no permite su aprehensión segura.

            Alegaciones (desoídas) de disparos realizados hacia partes del cuerpo en que no cursan lugares vitales, errores de precisión y puntería.

Celo extremo en las diligencias de una captura efectiva.

            Todo se mezcla con la concreción de una fechoría absurda, de incidencia mortal, desproporcionada, sangrienta y despreciable, que crispa a los mas solemnes y juiciosos.

            El victimario siempre tiene presente el contexto que lo acompaña, dispuesto con fina asistencia legal y abroquelada protección ideológica, fundada en sus padecimientos de cuna, y limitaciones sociales, para justificar la maldad y perfidia descontrolada.

            El garantismo, como expresión que desplaza el dolor de la víctima y se posa en la protección del victimario por su irreparable situación social y económica.

            El acoso permanente a las Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales, para infundir miedo e imposición autoritaria al ejercicio de sus atribuciones.

            La condena sistemática del accionar y el pánico como siembra para el desempeño institucional.

La condena errante por la sola condición de vestir el uniforme y el reproche a la condición policial, por la mera pertenencia institucional.

            En definitiva limitar la intervención y con ello facilitar la perversión del acontecer y del devenir de los delincuentes, a quienes se califica como los verdaderos perdedores y se les dispensan las gravosas conductas.

            Diez puñaladas, consuman una violencia inadmisible, injustificable, en compañía de un arrebato, ante un ciudadano impotente, desarmado y que pasea su inocencia turística en un ámbito de recreación.

La furia ciudadana y el despliegue policial que capturan a uno de los agresores y ponen en franca huida al restante, desarticulando la salvaje agresión pertrechada, que no encuentran ecos en el Tribunal.

            Hay que escarmentar al agente policial, representante del orden establecido, e infundir temor al enfrentamiento personal con el delincuente.

            Inmovilizar y debilitar al funcionario emocionalmente, con la clara advertencia de las consecuencias de la represión y sanción posterior.

            No interesa el ciudadano agredido, ya que el no es la víctima principal del entuerto, sino beneficiario del sistema y, en definitiva su traspié es ocasional, en desmedro del victimario al cual el opresor no le ofrece salida y se constituye en la verdadera víctima.

            Los policías, advertidos ante el mensaje institucional, no querrán ser los nuevos “Chocobar” y puestos en  un escenario de crimen y vandalismo, advertirán que mejor es: “Dejar pasar” y “dejar hacer”, sin incurrir en riesgos innecesarios para su ventura personal.

            Las futuras víctimas estarán muy solas, casi abandonadas a la legítima defensa.

            El hartazgo ciudadano se consuma en la defensa irrestricta de la víctima, pero no encuentra respuestas oficiales ante los beneficios al victimario y el hostigamiento al agente policial interviniente.

            Los delincuentes tienen claro que pueden golpear fuerte y huir del escenario delictivo, impedir su detención normal, no entregarse y extremar los métodos y las formas en el escape, ya que los ojos no se posan en su obrar delictivo, sino en la actuación policial y el tratamiento del victimario, al cual convierten en la verdadera víctima.

            El sistema protege al delincuente en su accionar delictivo insistente. Valora su condición de víctima del sistema y el garantismo le ofrece siempre tutela y asistencia.

            La proclamada abolición de las penas y las cortas estadías en prisión, constituyen circunstancias de ocasión para habilitar la reincidencia, el dolor y la aflicción de las víctimas.

            Los desbordes propiciados y el narcomenudeo omnipresente escalan sin parar en la violencia ilimitada.

            Desventurados los que no cuenten con un cirujano de excelencia disponible y aledaño a la agresión, o que no concurran en su amparo los hados del destino o la protección divina.

            El policía ocasional pensará mucho que hacer y como hacerlo, dando tiempo a la consumación del hecho y la posterior huída, antes de tomar intervención.

            Actuar presto y solícito puede llevar consigo el germen de su propia destrucción, carrera y libertad personal.

            La falta de adecuada protección permitirá el paso de la defensa personal.

            Las futuras víctimas estarán muy solas.

            El Estado, por la condición ideológica de sus gobernantes, permanece ausente, ante cada víctima circunstancial de la violencia de los delincuentes.

            Por supuesto la víctima sufriente de los hechos de la causa vuelve al dolor con la sentencia, ya que condena a quién lo asistió en el momento de extrema crueldad padecido y su defensa honorable e incondicional, actual, del policía no conoce de distancias, ni de flaquezas.

            Aún, en la postura intransigente del delincuente como víctima, claramente, no se respetan, ni protegen a todas las víctimas por igual.

            El afectado concreto de la brutal conducta delictiva tuvo dos momentos extremadamente dolorosos.

            El primero cuando luchó por su vida, puesta en riesgo con crueldad irrazonable, y el segundo al conocer la sentencia.

            Los ciudadanos viven diariamente la desprotección. 

            Necesitan certezas respecto a la lucha contra la delincuencia. 

            Esta sentencia, suma para la confusión, el desánimo y la desesperanza.